viernes, 16 de marzo de 2012

La Historia Jamás contada

Cuenta la historia que hubo un hombre que vio a Dios cara a cara y vivió…
Hace tres mil quinientos años, un viejo pastor de una tribu semítica,  había llegado al límite de su vida, teniendo como única pertenencia sus recuerdos. El poder, la realeza, y el haber sido un semi-dios, habían quedado sepultados bajo 40 años de arena. Nada ya le interesaba, no había expectativas y las pasiones habían sucumbido.
El sabía que el Dios de los esclavos le había librado de morir al nacer, y ellos le habían dicho que ese Dios tenía un gran propósito en su vida, pero el tiempo pasó y nada de aquello había sucedido. Desde que le declararon muerto y fue arrojado al desierto por asesinato, habían pasado ya cuarenta años y esto declaraba que todo había sido no más que un sueño, solo una quimera. Él, ahora era solo un triste viejo en el desierto, esperando su último día.
Hizo un signo de negación con su cabeza, la sacudió como para tratar acomodar sus pensamientos, y se levantó sosteniéndose de su vara.
Las ovejas le olfatearon y comenzaron a levantarse, él sentía cierta lástima por ellas, le seguían ciegamente a donde él las conducía, arenales, desfiladeros, lejanos lugares. Debían andar mucho, para obtener el agua y los pastos frescos que ellas necesitaban, pero  nunca dejaron de seguirle.
Los pastizales y aguadas eran difíciles de encontrar, pero con sus años él sabía donde hallarlos, esta vez irían a las laderas de una lejana montaña, un lugar tan árido y asolado como  su nombre lo revelaba: Horeb, el destruido, el asolado. Por alguna extraña razón el lugar y su vida parecían ser la misma cosa, su cansancio le decía que tal vez este sería su último viaje.
Levanto su vista, con los ojos entrecerrados por el brillo de sol y el velo de la arena, vio el monte.
Los pastores evitaban este lugar, le llamaban la montaña sagrada, el monte de Dios, nadie se atrevía a llegar y menos a subir, aún si una oveja se extraviaba. El miedo más que el respeto había hecho de este lugar algo tabú.
Primero pensó que era uno de los tantos espejismos que había visto en el desierto, el brillo era muy fuerte…, pero se volvió, una pequeña oveja balaba triste y cojeaba. La cargó sobre sus hombros, ya faltaba poco, en menos de un día llegarían.
Recordó el brillo que había visto en el camino, los pastos estaban firmes y un pequeño manantial alimentaba una charca entre las piedras, la pequeña se había olvidado de su mal, y saltaba entre los pastos y el agua.
Sintió algo detrás de él, sus presentimientos no le habían fallado nunca. Sabía que alguien le observaba, se dio vuelta y allí estaba, sus ojos veían algo increíble e indescriptible, el brillo se había convertido en una llama deslumbrante que desde el medio de una  zarza ardía, pero que no la consumía. Otros hubieran escapado despavoridos, pero él… él nada tenía que perder, ya había perdido todo, o casi todo... aún un deseo perduraba en su corazón: ver a Dios cara a cara, y esta tal vez fuera la oportunidad.
 Ató muy bien a la guía de sus ovejas y comenzó a subir. Estaba dispuesto a pagar cualquier precio para hacerse de esta zarza, y de lo que fuere que estaba en medio de ella, pero solo a metros de distancia oyó la voz de Dios que le detuvo:
“Viendo Jehová que él iba a ver, lo llamó Dios de en medio de la zarza, y dijo: ¡Moisés, Moisés! Y él respondió: Heme aquí. Y dijo: No te acerques; quita tu calzado de tus pies, porque el lugar en que tú estás, tierra santa es. Y dijo: Yo soy el Dios de tu padre, Dios de Abraham, Dios de Isaac, y Dios de Jacob. Entonces Moisés cubrió su rostro, porque tuvo miedo de mirar a Dios.”
El encuentro con Dios demanda como requisito previo estar asolado y haber sido destruido, haber perdido todo y esto incluye hasta la propia vida.     
Despues de este encuentro la vida de Moises no volvería a ser la misma, Dios le convirtió en su representante, debia buscar a su pueblo para salvarle y darle una nueva oportunidad. Durante los próximos cuarenta años Jehová hablaría con él diariamente hasta cuando le llevase a su lado.
Moises escribio un relato apasionante del conocimiento que Dios le traspasó, en esa contundente síntesis nos relató no solo la historia del hombre, sino de nuestro universo.

La humanidad ha sido sometida a una serie interminable de mentiras que la han mantenido cautiva al más profundo esclavismo desde que el hombre fue puesto sobre la tierra. El objetivo primordial  de Satanás y su estructura de poder, es destruir por completo a la raza humana, a la que desprecia desde el momento en que Jehová la creó.
El nunca pudo soportar que esta creación temporal no superior a cualquier animal creado fuera portador del soplo del Espíritu de Jehová. El había esperado este estado por millones de años, y ahora solo debía servirle. Este nuevo ser viviente aunaba las características del reino espiritual y el reino material, y al él debía guardarle, enseñarle y prepararle hasta su completa evolución a un escalón superior.
Dada estas premisas que no pueden ser abolidas por un ser inferior a Dios, el diablo no puede matarnos o eliminarnos en forma directa. Solo tiene una opción: apelar a nosotros mismos, quienes en definitiva nos destruiremos batallando estúpidamente a su lado.
La historia que veremos en este blog tiene su origen en el más impenetrable de los secretos del génesis del hombre: El código secreto de la Biblia.
Un libro que tiene características extraordinarias, que la hacen única, allí esta todo lo que la humanidad conoce y conocerá. La ciencia moderna, la física cuántica, la de alta energía, la cosmología, los grandes centros de investigación, la UCLA, el CERN, no hacen más que confirmar con sus investigaciones cada uno de los conceptos milenarios que hay en ella.
Nuestro objetivo es mostrar una historia jamás contada por las religiones y que esta plasmada en la palabra de Dios, El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado.
Y estas señales seguirán á los que creyeren: En mi nombre echarán fuera demonios; hablaran nuevas lenguas; Quitarán serpientes, y si bebieren cosa mortífera, no les dañará; sobre los enfermos pondrán sus manos, y sanarán. Y el Señor que nos confirió este Poder esta en el cielo sentado a la Diestra de Dios Padre.
Estamos en el mundo predicando su evangelio